José Luis Sampedro: El mercado y la globalización
Barcelona: Destino, 2002. 104 páginas, con ilustraciones de Santiago Sequeiros.

Sabido es que José Luis Sampedro (nacido en 1917) une a su condición de economista la de escritor, y más concretamente novelista. Algo que se evidencia en su grácil manejo del lenguaje, muy proclive además a la claridad y sencillez. En la presente obra, y no por primera vez, conjuga estas virtudes con una decidida vocación didáctica, sin duda alentada por un noble afán de verdad y justicia. El éxito en las ventas corrobora y premia dicho empeño. 

El mercado y la globalización es, de hecho, un libro con apariencia de cuento infantil. A ella contribuyen la reducida extensión, el notable tamaño de la letra, y el estilo gráfico –pedagógico, sintético y efectista– de su prestigioso ilustrador. Pero se trata de una apariencia engañosa, pues la densidad alusiva de las imágenes y la intencionalidad del texto apuntan más bien a un público adulto e incluso mínimamente maduro.

Todo lo cual no obsta para que la primera parte, “El mercado”, pueda leerse como un breve manual introductorio a la economía capitalista, que es definida de manera accesible y práctica. Repasa allí el mercado de competencia perfecta (el ideal de la teoría económica), con múltiples productores y demandantes de bienes, ninguno de los cuales, por sí solo, tiene una influencia decisiva en el precio y el volumen de las transacciones. De acuerdo con las teorías liberales clásicas, así como las neoliberales más en boga, las leyes de la economía favorecerían la tendencia a un equilibrio estable entre la oferta y la demanda, el cual, a su vez, permitiría una idónea asignación social de los recursos. Célebre es, al respecto, la doctrina smithiana de la “mano invisible” como misterioso agente (en realidad, metáfora del móvil) regulador de los mercados. No menos célebre, aunque quizá más olvidada, es la refutación de Marx en El capital, donde el sagaz filósofo y economista parte de un mercado de competencia perfecta para llegar a una teoría del inexorable colapso del capitalismo.

Sampedro, a este respecto, no mienta a Marx. No lo necesita, pues le basta constatar que la realidad económica actual, en cualquier sociedad del planeta, no se ajusta en absoluto al modelo de competencia perfecta. Elementos como la ausencia de información suficiente, la presencia de manipulación excesiva (publicidad), la creciente complejidad de los productos modernos… y, ante todo, las diferentes condiciones de partida de los consumidores entre sí, por un lado, y de los productores entre sí, por otro, favorecen más bien un mercado altamente imperfecto, con permanentes tendencias oligopolistas e incluso monopolistas.

«El mercado no es la libertad» (p. 31), afirma el autor, en referencia a que la libertad de mercado, tenida como fuente de libertad general, incluso política, es en realidad la libertad del dinero: panacea exclusivamente al alcance de quien disponga de él. Vano es pretender competir en el mercado sin medios suficientes, bien como demandante (poder adquisitivo), bien como oferente (capacidad inversora). Si en los países comunistas eran costumbre las largas y lastimosas colas de compradores en los establecimientos comerciales, en el mundo capitalista «también existen colas, sólo que resultan invisibles. Al igual que los mendigos, no perceptibles en las calles cuando lo prohíben las ordenanzas o se los llevan los guardias para ocultárselos a los visitantes ilustres, las colas invisibles las integran, sin formarse materialmente, los compradores atraídos por la oferta, pero que ni siquiera se acercan a la tienda porque no tienen dinero suficiente para adquirir los artículos que desean, como pueden hacerlo los adinerados» (pp. 33-34).

Consideración aparte merece para el autor la incapacidad del sector privado, guiado por el objetivo del máximo beneficio, para afrontar de manera eficaz y segura los servicios de utilidad pública.


“Otro mundo es seguro”

La segunda parte del libro se dedica a un breve análisis de la globalización económica. Recuerda Sampedro, entre los efectos políticos de la misma, que la tendencia a la liberalización económica mundial y a las telecomunicaciones instantáneas «se traduce en una cesión de poder por parte de los gobiernos y a favor de las grandes empresas y grupos inversores mundiales» (p. 53). Semejante realidad debería, según el autor, propiciar una extensión de los mecanismos de control democrático de esas entidades por parte del conjunto de la sociedad. En la medida en que esto no es así, «la globalización económica es totalmente antidemocrática» (p. 64). Es sobre la base de esta constatación que cabe considerar al neoliberalismo una ideología que, si bien pretende tener «las mismas virtudes que el liberalismo político», se limita en la práctica a «legitimar el poder del dinero» (ibíd.).

El globalismo neoliberal consagra, entonces, la ley del más fuerte. No es extraño, subraya el autor, que haya surgido un movimiento de protesta contra esta corriente dominante. Pero es aquí donde, a mi entender, Sampedro se adentra en el tramo más discutible de su obra, por desgracia el final.

Señalemos, en primer lugar, su lamentable justificación (o excesiva “comprensión”) de las actitudes violentas por parte de ciertos grupos antisistema. En segundo lugar, su peligrosa aceptación de la inevitabilidad de la globalización en vigor, o cuando menos de su parte tecnológica. Esto conlleva una pareja (¿e inconsciente?) admisión de unos valores de “progreso” que la Posmodernidad hace tiempo que puso en entredicho.

Veámoslo con algún detenimiento. Es cierto que el autor estima insuficiente esa globalización, mientras no se extrapole a «todos los demás aspectos de la vida colectiva» (p. 80). Ahora bien, ¿no lo es igualmente que el “alma” del progreso tecnológico ha sido la competitividad? Y si lo es, ¿no resultará absurdo pretender una extensión cooperativista de las ventajas de ese progreso? ¿Quién puede esperar con realismo que el motor de la vida socioeconómica cambie tan radicalmente su naturaleza, del negro al blanco, para adaptarse a unos profundos anhelos de justicia social? Desde luego, dada la resistencia del sistema, no parece verosímil que algo así se alcance por medios pacíficos, ni a través de una fuerte presión sociomoral. ¿O es que se espera conseguir por medio de una guerra civil a escala planetaria? (Y si esto fuera factible, ¿no sería peor el remedio que el mal?).

Llegamos así al tercer punto discutible de esta obra (por lo demás, altamente recomendable). El que sostiene la deseabilidad de la globalización, aunque sea, por supuesto, de cuño alternativo al presente: el autor llega a subrayar cuán necesaria resulta «la globalización global [sic]» (p. 81), es decir, la extensión de la misma a todos los planos sociales de la existencia, empezando por la esfera política. Se sitúa así Sampedro en la línea usual de los antiglobalistas por la globalización. Pero defender con rigor la bondad de ese vago proyecto requeriría previamente una profunda argumentación filosófica, que el autor en modo alguno emprende, sobre el porvenir y sobre la naturaleza humana.

Ya en el paroxismo de la quimera, el habitualmente lúcido profesor Sampedro no se conforma con el típico lema antiglobalista “Otro mundo es posible”, sino que apela al más rotundo determinismo (¿marxista?, quizá no, según veremos enseguida) para proclamar: “Otro mundo es seguro”. Negando precipitadamente la teoría del fin de la historia, llega a afirmar que el modelo económico-político hoy vigente no es más que «una lamentable desviación de la ruta histórica orientada hacia una autoridad supranacional» (p. 89). Y como único “argumento” de que “otro mundo es seguro”, un verso de Neruda: «No es hacia abajo ni hacia atrás la Vida.» Pobre, muy pobre, la esperanza que funda el cambio social en la poesía, por más bella que sea. Blando e inconsistente humanismo de resonancias ilustradas (hay también un canto a la ciencia en Sampedro), y sin otros asideros que la retórica y el deseo (ver ¿Fin del optimismo humanista?.

Pues, ¿acaso la historia, y muy particularmente la derrota del comunismo a fines del siglo XX, no ha sido prueba suficiente de que, humanamente hablando, los ricos son invencibles y el sistema, inconmovible? Sólo un Poder de otra índole podría asegurar ese mundo sin explotación, guerras ni dolor. Un Poder cuya existencia y cuya providencia suelen descartarse con excesiva premura.

© Juan Fernando Sánchez Peñas [juanfernandosanchez@laexcepcion.com]
(28 de junio de 2002)
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