José Manuel Vidal: Habemus Papam. De Juan Pablo II al Papa del olivo
Epílogo de Xavier Pikaza. Madrid: Foca, 2003.

José Manuel Vidal, periodista especializado en temas religiosos y director del portal de Internet religiondigital.com, aborda en esta obra el asunto de la sucesión papal. Para ello analiza la situación actual del papado y expone todos los mecanismos del cónclave que elegirá al próximo papa.

El tratamiento periodístico permite una lectura fluida, pero se echan en falta las referencias de las numerosas citas textuales aportadas, de las que ignoramos fuente y fecha. Tampoco se ofrece ni una sola referencia bibliográfica. Por otro lado, algún que otro episodio se narra de forma “novelada”, con no pocas especulaciones imaginativas. Así ocurre con las primeras páginas del libro, donde Vidal recrea el momento en el cual cierto “cardenal Nodaso” (¿?) envía a un cura a inspeccionar el sepulcro del papa Silvestre II (que, dicen, se humedece cuando el papa está a punto de fallecer). La ausencia de fuentes y los detalles con que se exponen las supuestas fantasías sexuales del cura en cuestión ponen en guardia al lector ante la posible falta de credibilidad del libro.

Pero es evidente que Vidal es un profundo conocedor de los entresijos vaticanos, como demuestran sus retratos de los principales colaboradores de Juan Pablo II y de los distintos papables, o la capacidad divulgativa con que explica todos los mecanismos electivos del cónclave, con abundantes datos históricos y anecdóticos. Teniendo en cuenta que no es exactamente un balance del pontificado del papa polaco, sino un estado de la cuestión de la sucesión, el libro sintetiza con acierto procesos como el enfrentamiento en el seno del Vaticano entre la facción opusdeísta y la llamada “masónica” o curial, la composición del colegio cardenalicio, la “papalización” de la Iglesia Católica Romana bajo Juan Pablo II (frente a las corrientes colegiales que muchos creyeron ver abiertas tras el Concilio Vaticano II) o la persecución de los teólogos críticos, modernistas o liberacionistas. Falla, en cambio, en su análisis de los auténticos fundamentos de la ofensiva ecuménica de Wojtyla, al olvidar sus pretensiones hegemónicas (ver Ecumenismo cristiano).

El libro recoge opiniones muy diversas sobre el papado, desde las conservadoras a las aparentemente radicales o incluso hostiles; pero todas ellas se encuadran en un análisis profundamente católico romano, que acepta, aunque en algunos casos con claras matizaciones, la figura del papa. De hecho, una de las ideas motrices del catolicismo romano, repetida una y otra vez por Vaticano (como en las famosas “peticiones de perdón”) consiste en asumir el pasado en su totalidad, con sus “grandezas” y sus miserias, para integrarlo en una síntesis positiva proyectada hacia un futuro prometedor. Así, en el capítulo sobre la eventual renuncia del papa se recogen numerosas opiniones, pero ninguna de ellas desde un análisis que tenga en cuenta, sobre todos los demás factores, el afán de permanencia en el poder (ver ¿Renuncia papal?).

Otro de los tópicos que recoge la obra es el del supuesto enfrentamiento entre un papa aperturista y volcado a la espiritualidad y una Curia aferrada a los tradicionales mecanismos de poder político reaccionario (en parte lo refutamos ya en Juan Pablo II, ¿“el papa de la paz”?; este análisis no negaría, en cambio, la veracidad de ciertos temores curiales ante determinados gestos innovadores de Juan Pablo II). Además, no está claro (y Vidal lo reconoce; ver p. 105) que no contaran con la explícita aprobación papal algunas de las iniciativas más polémicas de sus colaboradores, como el apoyo al régimen de Pinochet (ver a este respecto la obra de los autodenominados “Discípulos de la Verdad”, A la sombra del Papa enfermo).

De gran interés son los numerosos datos que aporta el libro relacionados con el tema de la elección papal y que denotan la auténtica naturaleza del papado. Por ejemplo, los numerosos títulos divinos que de forma blasfema se atribuyen todavía al papa (que se añaden a los más conocidos hoy: “Santo Padre”, etc.): «Tú eres el gran sacerdote [...], por el poder Pedro, por la unción Cristo» (p. 185); o la adoratio a la que se expone el papa una vez elegido (p. 192). Además, confirma lo que cualquier seguidor atento de la actualidad conoce del Vaticano (si bien pocos lo analizan hasta llegar a sus últimas consecuencias), cual es el peculiar modo en que una institución humana se dota de atribuciones celestiales para reforzar su estructura de poder, justificándola mediante supuestos fines beneficiosos para la humanidad. En este sentido, es reveladora la frase que, según el libro (p. 89), Juan Pablo II pronunció ante el general de los salesianos: «El poder en la Iglesia es necesario para que pueda hacer el bien.»

La caracterización política más adecuada para el régimen político de este estado es la de «monarquía absoluta» (p. 126), por lo que no deja de sorprender la afirmación de que la elección del papa se hace «democráticamente» (p. 160), como si el hecho de que sea electiva le garantice la representatividad, o que se diga que la estructura esencial del Vaticano «tiene más cosas en común con los modelos democráticos que con los imperiales» (p. 125). También, a la luz de la historia, nos parece inadecuado considerar que el papado se dedica «al menos desde hace unos cuantos siglos, sólo al reino de los espiritual» (p. 160). De hecho, también leemos el juicio mucho más acertado de que el Vaticano «detenta [sic] más poder e influencia que muchas de las consideradas “grandes potencias”» (p. 316).

Vidal dedica el capítulo final (“La gloria del olivo”) a las “profecías” del monje benedictino del siglo XII Malaquías, según las cuales después de Juan Pablo II sólo quedarían dos papas más: el llamado “De oliva gloriae” y el último, Pedro II, con el cual sobrevendría o bien el fin del mundo, o bien el del papado. Curiosamente, el autor parece conceder credibilidad a estas predicciones («¿Será éste el papa que conseguiría por fin la paz entre todas las religiones y, sobre todo, la unión de todas las iglesias cristianas: católicos, protestantes, anglicanos y ortodoxos?»; p. 235), e incluso especula con que el próximo papa sea el cardenal Martini, sin duda su favorito dado su talante aperturista.


Historia y teología del papado

Como complemento al ensayo periodístico, el libro incluye un extensísimo (100 páginas) epílogo teológico de Xavier Pikaza, uno de los más destacados teólogos “progresistas” del catolicismo español, que lleva por título: “Papa y papado. Origen, historia y actualidad”; un texto que bien podría constituir una obra independiente y que, por su densidad, casi merecería una reseña más amplia que los capítulos anteriores.

Este epílogo ofrece una interesante síntesis sobre el papado, pero presenta algunas graves contradicciones: por un lado, Pikaza afirma que «en el principio del papado está Jesús del Nazaret» (p. 345), pero por otro lo incluye entre las «organizaciones posteriores de la Iglesia cristiana» (p. 347); se pregunta si la iglesia verdadera quizá «emerge y crece en otro espacio» distinto del papado que, según él, agoniza como institución (¡!), pero afirma que la Iglesia de Roma es «signo de la Iglesia universal» (pp. 419, 420) y que en ella «subsiste o permanece» la única iglesia de Jesús, «de forma intensa pero no exclusiva, en la comunión católica, en unión con el Papa» (p. 433). Es obvio que en estas contradicciones, por muy radical que parezca la crítica al papado, resulta victoriosa la justificación histórica y teológica de este institución. Así, no sorprenden algunos disparates históricos, como considerar que la existencia de la Curia romana ha permitido el desarrollo de la separación entre el poder religioso y el político (p. 413), o que el confesionalismo católico de algunos países ha significado un «testimonio de la universalidad cristiana» (p. 407). Hasta justifica la doctrina de la infalibilidad papal, pretendiendo hacerla pasar por «palabra compartida, al servicio de la libertad y de los pobres» (p. 410).

Pikaza expone una interesante exégesis del pasaje que tradicionalmente el papado ha utilizado para justificar su existencia y primado (el “Tú eres Pedro...” de Mateo 16: 13-20), concluyendo que el texto ni extiende la mediación de Pedro a todas las iglesias, ni mucho menos permite que los obispos de Roma se atribuyan la función de Pedro (p. 376; incluso niega que Pedro fuera obispo de Roma –p. 393–, creencia que Vidal en cambio sí asume en su texto –p. 161–). Pero restringe esta evidencia bíblica señalando que el pasaje «no niega la posibilidad de que después existan obispos o papas» ni la «posibilidad de un camino centrado en Roma» (p. 377). En realidad, el procedimiento mediante el que el teólogo salva todos estos abismos lógicos es la distinción entre el “Pedro de la historia” y el “Pedro de la fe”, dando preeminencia al segundo frente al primero (es decir, a la tradición frente a la Escritura). Pikaza cuestiona el carácter histórico de muchos pasajes evangélicos, en la línea de la teología “desmitificadora”, e incluso se resiste a afirmar la resurrección literal de Jesús, reduciéndola a un hecho de fe ahistórico, en contradicción flagrante con el marcado sentido histórico del pensamiento bíblico (en especial, en relación con este asunto: ver 1 Corintios 15).

Pues el autor, soslayando toda la escatología bíblica, defiende un proyecto intrahistórico de redención universal que «no se ha cumplido todavía»: «la culminación mesiánica de Israel» que se concretará en la conversión de Jerusalén en «ciudad de paz» (p. 364). Esta interpretación del Antiguo Testamento coincide peligrosamente con algunas tendencias geopolíticas actuales (ver “Tierra Santa”). Pikaza considera que «Pedro (la iglesia de los obispos y el papa) tiene que volver a Galilea» (en este caso, considerada en sentido alegórico) «para iniciar ya el camino definitivo» (p. 375; cursiva añadida).

El epílogo destaca con acierto las raíces del papado: judías (del Israel del Segundo Templo, cuyas estructuras Jesús condenó y el propio judaísmo posterior superó) y romano-paganas, así como su concepto helenista de la jerarquía, ajeno al evangelio; pero salva estas herencias con un voluntarista «podemos y debemos superar este esquema jerárquico no cristiano de la realidad» (p. 388). Porque de hecho, el texto expone un plan de derribo y reconstrucción del papado: derribo de las herencias ya obsoletas (las autoritarias, que, según Pikaza, tuvieron su sentido en el pasado) y reconstrucción de estructuras democráticas, igualitarias y evangélicas. En el primer proceso se exponen tantas buenas intenciones cuantos errores de análisis (como considerar que la función del papa como jefe de estado se reduce a «poco más que un anacronismo folklórico»; p. 422); en el segundo, tristemente, Pikaza confunde sus deseos con la realidad, al considerar que el modelo sacerdotal de papa «ha entrado en crisis» (p. 430), cuando la realidad es exactamente la contraria, y propone medidas democratizadoras y desacralizadoras que ni de lejos la Iglesia Católica Romana tiene intención de aplicar, precisamente en el momento histórico en que ha recuperado todo su prestigio teocratista y extiende su hegemonía moral sobre el mundo ver Ecumenismo y autoridad).

En suma, la obra (las dos obras, podríamos decir) constituye una interesante introducción al tema del papado, tanto en su dimensión histórico-teológica como en la de estricta actualidad; cuando llegue el siguiente cónclave se podrá comprobar lo ajustado o no de muchos de sus análisis. Eso sí, es necesario leerla críticamente, contemplando esta gigantesca construcción de poder religioso desde fuera y, sobre todo, desde el evangelio al que pretende representar.

© Guillermo Sánchez Vicente (9 de julio de 2003)
© LaExcepción.com

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