Ángeles y demonios
Angels and Demons, Estados Unidos, 2009

Director

Ron Howard

Guión

David Koepp y Akiva Goldsman;
basado en la novela de Dan Brown

Intérpretes

Tom Hanks (Robert Langdon)
Ewan McGregor (Camarlengo)
Ayelet Zurer (Dra. Vittoria Vetra)
Stellan Skarsgård (comandante Richter)
Pierfrancesco Favino (inspector Ernesto Olivetti)
Nikolaj Lie Kaas (asesino)
Armin Mueller-Stahl (cardenal Strauss)
Thure Lindhardt (Chartrand)
David Pasquesi (Claudio Vincenzi)
Cosimo Fusco (padre Simeón)
Victor Alfieri (teniente Valenti)

Fotografía

Salvatore Tocino

Música

Hans Zimmer

Duración

138 minutos


Una apología del papado en clave de thriller

Tras la adaptación cinematográfica en 2006 de El Código Da Vinci, el best-seller de Dan Brown, Ron Howard dirige Ángeles y demonios, basada en una novela anterior del mismo autor. Tras ver la película, procedí a una lectura rápida de Ángeles y demonios. Ciertamente, la calidad literaria de Brown deja mucho que desear en cuanto a construcción de ambientes y personajes, recursos literarios y elaboración de diálogos. En estos aspectos se podría situar en el nivel medio-bajo de la escala de los escritores de novela con objetivos comerciales. Pero no cabe duda de que Brown consigue idear tramas con gancho; lástima que su desarrollo se vea entorpecido por las deficiencias ya señaladas, así como por el tono pretencioso de sus referencias históricas y, sobre todo, pseudohistóricas. (También pseudobíblicas: la novela recoge disparates como que “según la Biblia, Jesús nació en marzo” –cap. 61–, Dios creó “el cielo y el infierno” en la semana de la Creación –cap. 19– o “Jesús soportó su dolor durante tres días en la cruz” –cap. 130–).

En cuanto a la adaptación al cine, ha recibido críticas más bien negativas. En general, sólo quienes la han valorado como simple película de acción entretenida la han puntuado con generosidad. Personalmente, creo que como thriller de acción resulta eficaz. Un ritmo ágil mantiene al espectador atento durante dos horas y cuarto. Hans Zimmer consigue una banda sonora apropiada, con un hermoso tema principal; quizá resulte cargante por momentos (como por otro lado es casi preceptivo en una película de acción). Las interpretaciones llegan hasta donde alcanzan los personajes, un tanto estereotipados; así, Tom Hanks se luce por debajo de sus cualidades habituales, pero Ewan McGregor, al interpretar al personaje más original de la historia, resulta más que convincente.

La fotografía está muy cuidada; el recurso casi constante al travelling es ya algo casi obligatorio en este tipo de superproducciones; hay que decir que aun así Howard ha sabido dosificarlo bien, atemperando el ritmo en las escasas secuencias “lentas”. Los efectos especiales son espectaculares (más sabiendo que se han reconstruido los escenarios del Vaticano a partir de tomas furtivas por parte de cámaras del equipo, que se hicieron pasar por turistas para obtenerlas; sobre ellas se ha superpuesto una compleja puesta en escena).

Si nos atenemos al género, la trama resulta atractiva (si el lector no ha visto la película, le advierto de que desvelaré su desenlace para ofrecer mi análisis). Como corresponde en una producción convencional, el espectador ya sabe que Langdon conseguirá descifrar las claves que conducen al escenario de cada crimen justo a tiempo para llegar dos o tres minutos antes de que se cometa; pero no sabe si la policía conseguirá salvar la vida de cada uno de los cardenales. Asistimos a una gymkhana por Roma, pero al desarrollarse en cinco fases (los cuatro cardenales más el contenedor con la antimateria) no resulta demasiado repetitiva. El giro más impactante del guión se reserva para el desenlace, que nos depara dos sorpresas: una sobre el camarlengo, otra sobre los Illuminati. Para entonces hemos presenciado un cúmulo de coincidencias y resoluciones de problemas en el último segundo, al más puro estilo James Bond; también algunas incoherencias o inverosimilitudes. Son fallos imperdonables, pero característicos del género de acción, en que incurren incluso maestros como Spielberg.


La Iglesia Romana contra la ciencia

Personalmente encuentro las dos películas de Howard más atractivas que las novelas de Brown, al contrario de lo que suele ocurrir con las adaptaciones de los grandes escritores. La necesidad de sintetizar obliga a prescindir de las largas explicaciones “históricas” que las novelas tratan de revelar (y por tanto se omiten numerosos disparates presentes en los libros). En relación con este punto, Ángeles y demonios resulta menos pretenciosa que El Código Da Vinci y la teoría sobre la que ésta se sustenta, presuntamente trascendente, acerca del linaje de Cristo y María Magdalena.

Ahora bien, la historia que nos ocupa también expone varias tesis. Si en la introducción a El Código Brown afirma que «todas las descripciones de obras de arte, arquitectura, documentos y rituales secretos en esta novela son veraces», en Ángeles hay una nota similar, en la que además afirma que «la hermandad de los Illuminati también es real», recurriendo a un ambiguo uso del presente que la trama desmentirá al final, cuando descubramos que la reaparición de los Illuminati en la Roma actual ha sido una escenificación.

Durante casi toda la película se perfila un conflicto entre los Illuminati y el papado. Respecto a los primeros, se nos dice que nacieron con fines nobles y pacíficos, para promover la ciencia, si bien hubieron de hacerlo de forma secreta para evitar la condena y persecución papales. Como reacción a la matanza de miembros de su organización llevada a cabo por “la iglesia”, los Illuminati se radicalizan y juran una venganza que se ejecutaría precisamente mediante logros técnicos. La antimateria creada en el Conseil Européen pour la Reserche Nucléaire de Ginebra ofrece esa oportunidad (el CERN emitió en su día un comunicado explicando las diferencias de la novela con la realidad).

La jerarquía eclesiástica se ha mostrado molesta por la visión que ofrece el film de una Iglesia Católica Romana (ICR) enemiga secular de los avances técnicos. Ciertamente se incurre en una simplificación injusta, pues el papado históricamente ha promovido investigaciones científicas. De modo que el trasfondo ideológico “ciencia versus fe” resulta eficaz para un film de acción, pero es excesivamente maniqueo, y en la medida en que la institución criticada sigue existiendo, es lógico que haya católicos que se sientan incómodos con la caricatura.


La imagen del papado

Ahora bien, ¿es tan negativa la imagen del papado que muestra la película? El papa “querido y progresista” que acaba de fallecer era partidario de una apertura a la ciencia; su ahijado y heredero espiritual, el camarlengo, que ocupa la sede vacante durante el cónclave que está teniendo lugar, defiende la reconciliación entre fe y ciencia. A lo largo del relato, “los buenos” resultan ser los miembros de la Curia, salvajemente agredidos por los malvados Illuminati, fanatizados en su afán de transformar el mundo mediante la ciencia. Como el mismo director dice, «ni yo ni Ángeles y Demonios somos anticatólicos» pues, a fin de cuentas, en la película el profesor Langdon «se une a la Iglesia Católica para impedir un ataque perverso contra el Vaticano. Siendo precisos, ¿qué hay de anticatólico en ello?». Aclara que la supuesta masacre de Illuminati por parte del papado es parte de la ficción, reconoce que la ICR «ha hecho mucho a través de los siglos para promover y preservar la educación, las artes y las ciencias» y afirma respetar «a los católicos y a su iglesia», sabiendo que «realizan muchas buenas obras en todo el mundo». «Y creo –añade–, que Ángeles y Demonios trata a la Iglesia con respeto (incluso con reverencia) en relación a sus tradiciones y creencias». Un análisis cuidadoso de la película corrobora estas opiniones de Howard.

El propio diario oficial del Vaticano, L'Osservatore Romano, afirmó que la película es un “entretenimiento inocuo”. Y el sacerdote del Opus Dei John Wauck evoca el capítulo 118 de la novela, en el que el profesor Langdon «se encuentra frente a la basílica de San Pedro, y los pensamientos que pueblan su mente en ese momento –en la novela, él es la voz de la autoridad científica– suenan realmente a anuncio del catolicismo. Uno casi cree estar leyendo el Catecismo de la Iglesia Católica, en vez de la novela de Dan Brown. El pasaje es éste: “Pedro es la piedra. La fe de Pedro en Dios fue tan firme que Jesús le llamó ‘la piedra’, el discípulo inconmovible sobre cuyos hombros Jesús construiría su Iglesia. En este lugar, pensó Langdon, en la colina del Vaticano, Pedro había sido crucificado y enterrado. Los primeros cristianos construyeron un pequeño santuario sobre su tumba. A medida que el cristianismo se extendió, el santuario creció, paso a paso, hasta convertirse en esta basílica colosal. Toda la fe católica había sido levantada, literalmente, sobre San Pedro. La piedra”». Wauck se pregunta a continuación: «¿Quién está haciendo publicidad a quién? Ésta es la cuestión. Posiblemente hay publicidad en las dos direcciones, pero si consideramos el tiempo, las energías y los millones de dólares empleados en la producción y promoción de esta película, yo diría que nosotros nos llevamos la mejor parte. Es decir, que quizá Dios está sirviéndose de Hollywood para atraer la atención de algunos sobre las riquezas de la fe y la cultura católicas» (Zenit, 14.5.09).

En el falso desenlace (El Código Da Vinci también contenía dos desenlaces, en aquel caso complementarios), el camarlengo, que resulta ser el personaje decisivo, arriesga heroicamente su vida y sobrevive milagrosamente a la explosión de antimateria, lo que convierte a este hombre humilde y aperturista en el candidato más apropiado para ocupar el trono papal. En ese punto, se prevé un mensaje todavía más pro católico que en todo el desarrollo anterior: el Vaticano supera el salvaje ataque de los fanáticos de la ciencia, y sobre el trono papal se sentará un sacerdote que, en la línea del anterior, promoverá una sana apertura al saber y la técnica.

Pero es entonces cuando el guión nos ofrece una hábil sorpresa: no es que el cardenal Strauss esté compinchado con los Illuminati (como parecía hasta el momento), sino que los crímenes han sido instigados por el camarlengo. Éste ha diseñado un retorcido plan, consistente en ofrecer una imagen de hombre favorable a los avances, cuando en realidad teme que la ciencia amenace la creencia en Dios. Contratando a un asesino, resucita artificialmente a los extintos Illuminati para atribuirles toda la operación criminal, e incluso mata al papa anterior, su padre espiritual, por ser excesivamente aperturista. La imagen positiva de un papado “progresista” parece derrumbarse con este giro, pero en realidad pronto se recupera: Langdon descubre la conjura del camarlengo, justo a tiempo para que no sea aclamado papa, y en su lugar se elige al cardenal al que el profesor había salvado la vida. Todo indica que su pontificado será aperturista y bondadoso. La secuencia final es significativa: el venerable papa recién elegido se asoma al balcón de la basílica de San Pedro para ser aclamado por el mundo (justo después de recibir familiarmente en audiencia –algo inverosímil– a Langdom y a la doctora Vetra; al menos Howard suprime el burdo desenlace erótico de la novela).

Al final triunfa un papa que conciliará la ciencia y la fe, pues, tal y como a su pesar predice el siniestro camarlengo, «el mundo necesita a ambas». La película no pretende por tanto socavar la religión, y menos la católica romana; el profesor Langdon, aun desde su escepticismo crítico, afirma respetuosamente: «La fe es un don que no me ha sido concedido». Y el benévolo cardenal Strauss pronuncia el siguiente comentario, en el que humildemente se refiere también a sí mismo: «La religión es imperfecta porque el hombre también lo es».

La película muestra una Curia dividida por las luchas de poder, algo que hasta los más papistas difícilmente pueden negar que ocurra en la realidad. Según el film, las dos facciones dominantes son la favorable y la contraria a la ciencia. Al centrarse en este aspecto como factor decisivo del poder vaticano, se elude por completo una crítica profunda de la institución. Según el film, el papado puede resultar nocivo (como lo era cuando perseguía a los científicos, o como podría haberlo sido con el camarlengo convertido en papa), pero puede ser positivo para la humanidad si está liderado por un buen hombre, como el “querido y progresista papa” que acaba de fallecer y como, previsiblemente, el papa recién elegido, trasunto tanto uno como otro del aclamado Juan XXIII, el “papa bueno”.

En este sentido, se puede considerar que es una película papista, al igual que otras como Las sandalias del pescador (ficción ambientada en la Guerra Fría), o la histórica (y magnífica) El tormento y el éxtasis. Éstas, aun desvelando entresijos oscuros del papado, ofrecen una visión esperanzada de una institución que, a pesar de todos sus pecados y miserias, ha sobrevivido milagrosamente a través de los siglos, preservando su misteriosa misión universal. Este papismo consiste en aceptar que, siempre que estén en manos de alguien “de confianza”, el inmenso poder y la extraordinaria capacidad de influencia otorgados a un simple mortal divinizado pueden resultar una bendición. Hoy en día, asumida la idea de que la disolución del papado es inconcebible, conservadores y progresistas miran hacia Roma con la esperanza de que el próximo papa sea favorable a sus propias convicciones (sean éstas la reivindicación de las “raíces cristianas” de Occidente, el fin del celibato obligatorio, el mantenimiento de los dogmas tradicionales, la opción preferencial por los pobres, la lucha contra el aborto, o un giro “progresista” en la moral sexual). La mayoría de los “críticos” no proceden a un cuestionamiento profundo del papado, sino que reclaman un obispo de Roma según sus preferencias; tal es el caso de casi todos los teólogos católicos “progresistas”, como Hans Küng, Xavier Pikaza o Leonardo Boff (este último, por ejemplo, afirmaba en El País el 4.4.99: «Tengo la certeza de que va a llegar un día, no sé cuándo, en que los pobres harán al Papa. […] Los pobres sueñan que va a llegar un día en que el Papa representará al Cristo histórico verdadero, que fue un pobre»).

Ángeles y demonios, al igual que El Código Da Vinci, consagra además la falsa idea de que el catolicismo es la religión cristiana por excelencia, y de que, aun cuando el papado ha asimilado numerosos elementos paganos, representa fielmente la tradición cristiana.


¿Illuminati y masonería contra Iglesia Católica Romana?

Respecto a los Illuminati, se ha debatido mucho sobre la trayectoria de esta organización secreta. De lo que no cabe duda es de que fue fundada en Baviera en 1776, por lo que de ningún modo ni Galileo ni Bernini pudieron pertenecer a ella, como se afirma en la película. El príncipe elector de Baviera ordenó su disolución en 1784, y sólo hay constancia histórica de que algunos de sus miembros se mantuvieron activos, especialmente en Estados Unidos. La discusión está en si la organización sucumbió por completo, si sobrevivió en secreto hasta nuestros días, o si se fue manteniendo a base de transmutarse en otras sociedades, como Skull and Bones. Existen hoy en día organizaciones que se consideran la continuación histórica de los Illuminati; siendo sociedades secretas, la corroboración de estos extremos resulta casi imposible. Pero no cabe duda de que, cuestiones organizativas aparte, hay una continuidad espiritual que vincula a todos los movimientos esotéricos de la historia, a través de ideas, símbolos y rituales compartidos y transmitidos (también transformados). Para la mente materialista, se trata de un cúmulo de supersticiones en mayor o menor medida nocivas; para quienes creemos en la existencia del diablo (ver El origen del mal), estos movimientos tienen un claro inspirador y promotor.

La primera sección de la película muestra a los Illuminati como unos fanáticos radicalizados y criminales; en la sección final se descubre que en realidad no existen ya. En cualquier caso, la idea que se transmite es que las sociedades secretas de este tipo (por extensión, la masonería en su conjunto), son enemigas de “la Iglesia”, y por tanto un fenómeno ajeno a la ICR. Esotéricos como el escultor Bernini habrían sido infiltrados en “el corazón de la Cristiandad”, y los símbolos paganos como los obeliscos erigidos en Roma sin que el papado aceptara sus significados.

Pero lo cierto es que esoterismo, masonería y papado han mantenido y mantienen unas relaciones más estrechas de lo que pudiera pensarse. Los obeliscos de Roma no fueron establecidos por Illuminati infiltrados, sino que forman parte del diseño simbólico de la ciudad realizado por el propio papado. Según la doctrina romanista, estos elementos paganos han sido “cristianizados”. Una web católica afirma que «los monumentos erigidos a las divinidades egipcias fueron consagrados al culto del Dios verdadero, del cual el Papa es el representante sobre la tierra». Sobre San Juan de Letrán, afirman que «el obelisco egipcio, la presencia del gran emperador convertido a la cristiandad y la cruz puesta como corona deberían dar testimonio de que aquí la antigua historia encontraba su plena actualización y que toda la historia humana se realiza plena y totalmente en Cristo, muerto y resucitado». Pero lo cierto es que la presencia y el uso de esos elementos paganos indica lo contrario: se ha producido una paganización de lo cristiano (ver Obelisco, símbolo masónico), una fusión sincrética propia de toda la historia de la ICR, una preservación de elementos del culto solar (como el domingo, la Navidad, la orientación de las iglesias hacia el este…).

El papado ha emitido numerosas condenas explícitas de la masonería, pero está bien documentada la presencia de círculos masónicos en la Curia (ver, por ejemplo, A la sombra del Papa enfermo, publicado por los Discípulos de la Verdad, quienes escriben desde el propio Vaticano aportando abundantes datos contrastados al respecto). El propio historiador papista y antimasón Ricardo de la Cierva habla de una infiltración masónica en la ICR, propiciada por la Compañía de Jesús. Hay datos que presentan numerosos interrogantes, y ofrecen no pocos indicios, como la extraña muerte de Juan Pablo I y la numerología masónica en torno a ella.

La cuestión es si esas conexiones se producen en contra de la voluntad del propio papado, que se ve incapaz de eliminarlas, o si realmente la propia cabeza de la ICR participa en el sistema esotérico de estas organizaciones. En tal caso, los furibundos ataques contra la masonería procedentes de círculos papistas servirían para aumentar el prestigio del papado y para desviar la atención de la ICR como principal y auténtico poder fáctico, a base de airear el fantasma de las sociedades secretas, que según ellos serían la auténtica amenaza (ver La masonería, ¿una amenaza para la democracia?; ver también una síntesis de las teorías que vinculan al papado con la masonería).

El film atribuye a la ICR una obsesión por enfrentarse a la ciencia, presumiendo que ciertos descubrimientos podrían desacreditar la creencia en Dios, y por tanto hacer tambalear el poder papal. Es ésta una visión ingenua de la naturaleza de la institución romana, que no sólo se ha mantenido, sino que ha incrementado su poder de forma exorbitada a pesar de desafíos tan contundentes como la propia Biblia (que desautoriza cualquier cosa parecida al papado), la Reforma protestante y la secularización de las sociedades occidentales. Además, ha adaptado su doctrina a los tiempos más de lo que algunos sospechan; por ejemplo, de las furibundas condenas al darwinismo de principios del siglo XX, ha pasado al explícito apoyo al evolucionismo hoy en día. La ciencia no es una amenaza que el Vaticano tema, démoslo por seguro. En realidad, no hay hoy ninguna instancia humana que pueda desafiar a esta superpotencia. Mientras haya libertad para ello, el auténtico desafío consiste en proclamar su impostura y exaltar al único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2: 5). Y si deja de haber libertad, será todavía más necesario hacerlo.

© Guillermo Sánchez Vicente
(8 de junio de 2009)
© LaExcepción.com

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