Pascua pagana
© G. S. V. [guillermosanchez@laexcepcion.com] (4 de marzo de 2002)

La "Semana Santa" es el resultado de un proceso histórico que arranca en la Pascua judía y en el que se han asimilado tradiciones paganas hasta desfigurar el sentido original de esta festividad.

A diferencia de la fecha de celebración de la Navidad, que es de procedencia pagana (ver La Navidad: una fiesta corrompida), el tiempo de la Pascua "cristiana" tiene su origen en la celebración judía del mismo nombre. Ya desde el Nuevo Testamento se considera que la crucifixión de Jesús durante la Pascua no fue una casualidad, sino que vino determinada por el sentido antitípico de la muerte expiatoria del Mesías: «Nuestra Pascua, que es Cristo –dice Pablo–, ya fue sacrificada por nosotros» (1 Corintios 5: 7).

No hay constancia bíblica de que los primeros cristianos conmemoraran o celebraran la muerte y resurrección de Jesús en una fecha señalada, sino que más bien lo hacían espontáneamente (probablemente, varias veces al año), mediante reuniones en las que se partía el pan (Hechos de los Apóstoles 2: 42; 20: 7; 1 Corintios 10: 16, etc.). La gran mayoría de los primeros cristianos procedía de la comunidad judía, que seguía, como hasta hoy, celebrando su fiesta de Pesaj (Pascua) el día 14 del mes de Nisán, como recuerdo de la liberación de la esclavitud en Egipto en tiempos de Moisés. La cercanía entre ambas comunidades debió de fomentar que muchas iglesias cristianas consideraran la Pascua judía como la fecha idónea para rememorar la muerte y resurrección de Jesús.

Con el tiempo surgió entre los cristianos una seria diferencia sobre la fecha de esta celebración. Los de origen judío la hacían a continuación de la Pascua judía, que caía cada año en un día de la semana distinto. Pero pronto en la cristiandad latina (occidental), como ocurrió en tantos otros aspectos, comenzaron a pesar criterios ajenos al judaísmo y al fundamento bíblico, y se quiso hacer coincidir la Pascua con el mismo día de la semana en que Jesús resucitó, es decir, con el domingo. Este cambio vino determinado por el interés de fomentar esta festividad semanal de origen solar.

Ya se venía utilizando para la "santificación" del primer día de la semana el argumento de que era el día en que Jesús había resucitado. Pero no hay que olvidar que en estos cambios de festividades también pesaba la inclinación de la iglesia de la ciudad de Roma a diferenciarse de los judíos, sobre todo por miedo a que las autoridades romanas los confundieran con ellos. Por eso no se quería que la celebración de la Pascua cristiana coincidiera con la judía. (Es posible apreciar en esta separación progresiva de los judíos por parte de los cristianos latinos ciertos gérmenes del antisemitismo "cristiano" medieval.)

Como consecuencia, las iglesias cristianas de Oriente, que estaban más próximas al lugar de nacimiento de la nueva religión, observaban la Pascua de Resurrección según la fecha de la fiesta judía, mientras que las iglesias de Occidente celebraban la Pascua de Resurrección en domingo. Esta diferencia la han mantenido hasta hoy la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa, y constituyó uno de los motivos del cisma que protagonizaron ambas en 1054.

De ahí que, especialmente en el mundo católico, la fecha de celebración de la Pascua sea ya ajena a los orígenes judeocristianos que pudiera invocar. Algo que en realidad es secundario frente a lo que es verdaderamente grave: mientras que todo el espíritu y la letra del evangelio tienen un claro sentido desacralizador, las festividades que han ido configurando el calendario litúrgico de muchas iglesias de la cristiandad insisten en una concepción cíclica y ritualizada del tiempo, estableciéndose una diferenciación entre tiempo sagrado y profano que va todavía más allá de la que en el propio judaísmo existía, y que el Nuevo Testamento considera superada.

Todo lo que después ha venido a añadirse no es más que una continuidad lógica de haberse rechazado la desacralización genuinamente cristiana. Como en tantas otras facetas de la teología y de la praxis católicas, la llamada Semana Santa ha acogido todo tipo de prácticas de origen pagano. Lo mismo que en la Navidad subyacen ancestrales ritos relacionados con el nacimiento del sol con ocasión del solsticio de invierno, y que la "noche de San Juan" evoca en el solsticio de verano la purificación por el fuego (también con vinculaciones solares), en la "Semana Santa" afloran festividades atávicas en torno al equinoccio de primavera.

"Religiosidad popular" es el eufemismo con el que, no sin luchas a lo largo de la historia e incluso hoy, la jerarquía eclesiástica ha ido tolerando y después oficializando y fomentando las procesiones, penitencias, autolesiones y explosiones de pasión colectiva con que muchos fieles pretenden, quizá sin entenderlo bien, "actualizar" el sacrificio de Cristo. Algo que, por otra parte, se hace cada día en las misas, ignorando que Cristo «se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado» (Hebreos 9: 26). Desgraciadamente, la propuesta auténticamente evangélica de actualizar al propio Cristo en la vida personal parece tener mucho menos éxito entre quienes participan en estos rituales.

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