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Infeliz cumpleaños A un año del 11-S, se confirman las penosas perspectivas que La Excepción anticipaba ya por entonces (ver Una fecha y sus secuelas). Dios sabe que hubiéramos deseado equivocarnos. «Todo está al servicio de la barbarie que se aproxima, Circula por Internet un chiste cargado de sabiduría. Dice así: «George W. Bush y Tony Blair están en una cena en la Casa Blanca. Un invitado se acerca a ellos y les pregunta: ¿Qué están hablando de forma tan animada? Estamos haciendo planes para la tercera Guerra Mundial, dice Bush. ¡Guau! dice el invitado. Y, ¿cuáles son esos planes? Vamos a matar 14 millones de musulmanes y 1 dentista, contesta Bush. »El invitado parece confundido. ¿Un... dentista? dice ¿Por qué van a matar a un dentista? Blair le da una palmada en la espalda a Bush y dice: ¿Qué te dije?, nadie va a preguntar por los musulmanes.» El dentista de esta parábola puede ser Bin Laden, las armas de destrucción masiva, la tiranía de Sadam, los vínculos con Al Qaeda... Pero los musulmanes siempre son los mismos: la población civil (afgana, iraquí..., por cierto, a menudo musulmana). Con todo, dejando aparte su sabiduría, si traigo a colación este chiste es porque refleja bien el doloroso estado de cosas surgido con el 11-S, y trágicamente consolidado un año después, cuando el emperador de la tierra parece empeñado en conmemorar el aniversario con un nuevo baño de sangre.
Habíamos dado por supuestas demasiadas cosas: por ejemplo, que los valores democráticos impregnaban las mentes de los ciudadanos, e incluso de los políticos, occidentales; que los derechos humanos eran algo más que una bonita, pero manida, expresión; que Occidente había enseñado al mundo el valor del individuo; que la pena de muerte era algo en vías de extinción; que la tortura era un método ajeno a la práctica de los profesos demócratas; que la xenofobia era una actitud en retroceso; y que el totalitarismo era inconcebible en el área occidental del planeta, mientras en el resto tendía a desaparecer. Semejantes suposiciones no contaban con que una cosa es la palabrería, o la ardiente defensa de los valores progresistas... cuando no hay riesgos implicados, y otra muy distinta la profunda convicción que lleva a sostener tales valores cueste lo que cueste. Habíamos confiado demasiado en que la democracia generaba demócratas, ignorando que el único camino seguro es justamente el inverso. Habíamos llamado demasiadas veces democráticos a muchos políticos y partidos que no habían hecho otra cosa para merecer ese apelativo que votar y/o ser votados. Habíamos, en fin, lanzado excesivas loas al progreso, y seguíamos haciéndolo cuando ya casi nadie creía en él (ver Progres: El ocaso de una pose).
A un año del 11-S, nos enteramos de que la pena de muerte no es tan mala: es un castigo justo, se nos dice, para los más feroces criminales, ésos que sólo habitan en la periferia del sistema. Ya se aplica con entusiasmo y sin apenas críticas; y los amos de la tierra no muestran rubor cuando afirman que quieren matar a Bin Laden, a Sadam, o al mulá Omar. Están en el corredor de la muerte, y sin tribunal de apelación.
A un año del 11-S, sabemos ya que la tortura no es tan mala. Que es una medida necesaria, no sólo en última instancia, por ejemplo para transportar y mantener encerrados a presuntos terroristas a quienes se les niega el trato de criminales de guerra, e incluso toda opción de un juicio justo. Y que, aun cuando todavía no esté legitimada en los foros internacionales, siempre que su autor sea el ejército de la única superpotencia, los grandes medios de comunicación pasarán de puntillas sobre ella. Quedaráimpune.
A un año del 11-S la xenofobia proclamada ya no es cosa exclusiva de cuatro neonazis marginales. Influyentes periodistas e intelectuales, muy a gusto al rebujo del superpoder (ver La Brigada Antiprogre), la defienden sin complejos. La tesis de Huntington era aberrante, pero acabó convertida en la típica profecía que se autocumple, para mayor gloria de su autor. Y todo ello, porque la campaña Maldad Duradera ha encontrado en la antigua discordia entre judeocristianismo e islam una buena fuente de apoyo que haga efectiva su durabilidad.
A un año del 11-S, sabemos que los derechos humanos sólo tienen un valor relativo. Que no puede reclamarlos igual un afgano que un estadounidense, ni un musulmán que un liberal occidental. Que los tribunales internacionales de justicia atentarán contra el primer y más elemental principio jurídico: la equidad; es decir, la justicia (frente a la obligación de responder a ella quedarán exentas las tropas inmunes de los Estados Unidos de América). Y que, por malo que sea el totalitarismo, siempre será preferible a la amenaza terrorista.
Dejar tanto poder en manos de tan poca gente es lo mismo que abdicar definitivamente de la dignidad humana. Nunca nos la devolverán. Volvemos a ser súbditos cuando aún nos creemos ciudadanos. No debe extrañarnos que sus actos, sus palabras, y aun los rictus de sus bocas, sean la viva encarnación de la arrogancia; ni que sus decisiones se hallen investidas de un halo fatal e inexorable, al modo de aquéllas que observábamos en El Padrino o en 1984, esas historias tan reales. Un halo que pretende usurpar a Dios el único Soberano la dirección providencial de la historia, y endiosa a seres humanos que no son más que eso (recuérdese la galleta de Bush), aunque jueguen a deidades. Pero él no abdica. Aguarda, contempla, interviene amorosamente, minimiza, sujeta los vientos (ver Apocalipsis 7: 1-3). Se duele de ver la monstruosa abominación que se ha hecho fuerte en la tierra. Pero pronto tomará la Palabra. Y entretanto, sus hijos anhelamos dejar de ser excepcionales. © LaExcepción.com |
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