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Las ceremonias laicas, ¿son laicistas? El pasado 4 de junio la actriz Cayetana Guillén Cuervo presentaba a su hijo Leo en un “bautizo laico” celebrado en el Ayuntamiento de Madrid por el concejal socialista Pedro Zerolo, quien leyó los Derechos del Niño recogidos en la Convención Internacional de la Infancia y lo declaró «ciudadano de Madrid», tras «reconocerle todos los derechos que le son inherentes» (Libertad Digital, 5.6.09). «El padre de Cayetana, el actor Fernando Guillén, leyó el poema No te salves, de Mario Benedetti. El guitarrista Juan Carmona y su mujer, Matilde Amaya, cantaron una nana al pequeño, que estuvo "relajado" en la ceremonia, según su madre. Los padrinos fueron el actor de Tricicle Carles Sans y la cantante Amaia Montero, una de las más aclamadas por unos estudiantes de Sabadell y Guadalajara que esperaban a los famosos en la calle. También aplaudieron mucho a Boris Izaguirre y a Gemma Cuervo, la abuela de Leo», recoge El País (5.6.09; destacados añadidos). Como era de esperar, han proliferado las reacciones de rechazo, especialmente desde sectores católicos romanos. El presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, lo ha calificado de «ridículo interplanetario» (en alusión sarcástica a unas declaraciones recientes de la secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín). Alfonso Ussía, confundiendo “cristianismo” con “catolicismo”, escribe: «El bautismo es el primero de los sacramentos del cristianismo, con el cual se da el ser de gracia y el carácter cristiano a quien lo recibe. Se puede creer o no en su significado, pero no tiene otras versiones» (La Razón, 6.6.09, destacado añadido). Ignora que por supuesto en la cristiandad se practican otras formas del bautismo muy diferentes a la católica romana, y más acordes con lo que la Biblia dice (¿tan inculto en cuestiones religiosas es Ussía, o se debe a una pretensión exclusivista a favor de su iglesia?). Y concluye: «Un bautismo civil es, por lo tanto, una gamberrada y una majadería, como una primera comunión civil es un imposible.» El arzobispo emérito Fernando Sebastián, incurriendo en el mismo error que Ussía, escribe: «Nuestros laicistas no son laicistas sino anticristianos y en algunos casos antirreligiosos», como si todos los laicistas españoles simpatizaran con este tipo de ceremonias. Y remata: «Estas liturgias civiles son un elemento más al servicio de la dictadura ideológica que nos quieren imponer» (Infocatólica, 8.6.09). Libertad Digital titula: “Zerolo evoca al ‘Culto al Ser Supremo’ de Robespierre en el bautizo laico” (5.6.09). Al leer la noticia, uno descubre que esa supuesta evocación consiste en «“dar la bienvenida democrática” al pequeño bajo los principios de libertad, igualdad y respeto, siguiendo una tradición iniciada en la Revolución Francesa». Zerolo por tanto se identificó con los valores de aquel momento histórico, sin referirse ni a Robespierre ni al Culto al Ser Supremo, como sugería el titular. Lo cual no impide que la “noticia” continúe del siguiente modo: «Durante el “Reinado del Terror”, periodo utilizado por Zerolo y demás sector [sic] progresista para intentar hacer daño a la Iglesia Católica y sustituir sus ritos según su ideología, fueron asesinadas más de 50.000 personas decapitadas por la guillotina. Entre este enorme número de muertos había multitud de católicos y críticos de Robespierre. En este periodo, se suprimieron además la libertad de prensa, de expresión, de religión, entre otros. Y sin embargo, Zerolo y sus “amigos” evocan a esta época para realizar sus ritos “laicos”». A uno podrá gustarle más, menos o nada la ceremonia celebrada, pero es obvio que el paralelismo trazado aquí se trata de una manipulación cuyo objetivo es propagar la creencia de que este tipo de actos conducirán a una sangrienta dictadura liberticida, lo cual resulta disparatado. Ese mismo medio afirma que «la RAE define bautismo como el “primero de los sacramentos del cristianismo, con el cual se da el ser de gracia y el carácter cristiano”. Evidentemente, el término va asociado totalmente al hecho religioso». Una nueva manipulación, pues el propio Diccionario de la Real Academia recoge otras acepciones no religiosas de “bautizar”, como «poner nombre a algo». De ahí que, nos guste o no, tiene razón Cayetana Guillén al precisar que «se emplea la palabra bautizo de una manera simbólica, y sin tener nada que ver con el sacramento, sino igual que se bautiza un barco o un edificio; es una acepción, nada más». Como ya expuse en mi artículo “Bautizo civil”, bautismo religioso y laicismo, desde el punto de vista religioso no se puede decir que este tipo de ceremonias laicas constituya propiamente un “bautismo”; pero tampoco es legítimo denominar así al bautizo católico romano, pues “bautismo” significa “inmersión”, y en el cristianismo originario sólo se practicaba a adultos, como signo de conversión, y jamás a bebés (así lo siguen haciendo multitud de iglesias cristianas).
En el acto del Ayuntamiento de Madrid hay una novedad en la que conviene detenerse: el concejal Zerolo reclamó «un registro y un protocolo para que el acta que firmamos quede registrada»; «y sea más que simbólica», añadía Cayetana Guillén. Se critica a la Iglesia Católica Romana (ICR) por las dificultades que plantea a quienes quieren que su nombre sea eliminado de sus registros bautismales, argumentando que fueron incluidos en ellos cuando sus padres los bautizaron sin su consentimiento y sin tener todavía uso de razón (ver el ingenioso vídeo Contra el bautizo sin consentimiento y nuestro artículo Apostasías). De elaborarse un registro de niños a los que se quiere dar «la bienvenida a una vida laica y democrática que estuviera de acuerdo con nuestras convicciones y nuestras creencias» (según Guillén), se estaría incurriendo en una injusticia similar. Una vez mayor de edad, el niño podría sentirse molesto no tanto por el acto en sí (que, igual que ocurre con los bautismos religiosos de bebés, hay que presumir que es practicado con las mejores intenciones por parte de los padres), sino sobre todo porque quedara registrado de modo oficial (independientemente de la facilidad o dificultad que hubiera después para eliminar dicho registro). Además, la Constitución reconoce el derecho de los ciudadanos a mantener y expresar convicciones antidemocráticas. ¿Y si el niño al crecer desarrolla ideas contrarias a las que sus padres expresaron en aquel acto? Si el acto se mantiene en el marco privado, no plantearía ningún problema; pero si existe un registro oficial, se estaría agrediendo a la libertad de conciencia del futuro joven. El comentario añadido por la actriz refuerza este argumento: «Nos casamos por lo civil y queríamos ser consecuentes». El matrimonio (civil o religioso) es un acto voluntario realizado conscientemente por dos personas adultas. Si se tienen hijos, ser consecuentes implica inscribir al hijo en el registro civil y reconocer la paternidad del mismo. ¿Qué necesidad hay de realizar una ceremonia oficial? (Otra cosa sería la lógica celebración privada que las familias suelen realizar en estos casos). Parece no haber otra respuesta que la imitación de los sacramentos de la ICR (obligatorios durante siglos, y hasta no hace tanto tiempo, para toda la población española, no lo olvidemos). De modo que, quizá sin que los celebrantes sean conscientes de ello, estos actos “laicos” constituyen un homenaje más a la teología y la liturgia católicas (notemos que el acto contó hasta con “padrinos”). Con sus palabras, Guillén está reconociendo que, al igual que el matrimonio civil es una alternativa o respuesta al matrimonio eclesiástico, debe haber también una contrapartida “laica” al bautizo religioso (ahora bien, desde el punto de vista cristiano –no del católico–, el matrimonio es una institución civil; ver Un desprecio al matrimonio). Como escribía el autor ultracatólico Pedro F. Barbadillo en relación a una “comunión civil”: «¿Cabe mayor homenaje a la verdad de la Iglesia que el deseo de los laicos […] de copiar y alterar los ritos católicos?»; punto en el que tiene toda la razón (exceptuando lo de la “verdad” de la ICR). Cabe preguntarse entonces: Este tipo de ceremonias, ¿son laicistas? Como indica el DRAE, el laicismo «defiende la independencia del hombre y de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa». Al igual que las confesiones religiosas no pueden dictar al estado su línea de actuación legislativa o ejecutiva, otras convicciones personales, por muy respetables que sean, tampoco pueden solicitar que se tomen medidas que las aprueben o las registren. ¿Qué sentido tendría un registro oficial de niños “presentados democráticamente”? Los niños registrados allí (o sus padres, en todo caso), ¿son reconocidos como mejores ciudadanos que los no registrados? ¿Quién consultará ese registro y con qué fines? Los niños que no sean presentados, ¿serán considerados tan “ciudadanos de Madrid” como los que sí? La propuesta no sólo es absurda, sino que además ataca la convicción genuinamente laicista de que las creencias personales no deben consagrarse en actos públicos. Aunque los celebrantes alegan que son actos simbólicos, es obvio que los símbolos tienen un significado, y no permanecen aislados en el campo de lo mental, sino que interactúan con la realidad. Gran parte de la izquierda se ha proclamado siempre materialista (en el sentido filosófico del término), y ha tenido ha gala el rechazo de la superstición; pero a la hora de la verdad muchas de estas corrientes han incurrido en diversas modalidades de culto (a la razón, al estado, al fundador, al líder…). Estas ceremonias laicas no conducen necesariamente a este tipo de totalitarismo, pero comparten ese sustrato religioso, que responde a una mentalidad pagana innata al ser humano, según la cual de algún modo hay que celebrar ritos de paso de tipo biológico-natural. En este sentido conectan con la naturaleza pagana de la religión católica romana, que a partir de las sencillas y limitadísimas ceremonias del cristianismo original (bautismo de adultos y santa cena sólo conmemorativa, ambos de carácter puramente espiritual), ha elaborado una pléyade de sacramentos altamente ritualizados. Así pues, tanto el romanismo como estas celebraciones progres remitirían a una raíz común: el paganismo consustancial a la naturaleza humana. Además, de aprobarse estos registros, la ICR consideraría que se confirma su pretensión de que sus registros bautismales son legítimos y “oficiales”. Así, el falso laicismo espolea el antilaicismo victimista de esta institución. Por otro lado, ¿ha de correr el estado con los gastos que implican estos actos que, de momento, no están reconocidos oficialmente por ninguna ley y que, en caso de burocratizarse, aumentarían significativamente? ¿Podrán otras personas y colectivos, aunque no sean famosos, exigir la utilización de dependencias públicas y la participación de funcionarios en otros actos que supongan igualmente una expresión de sus convicciones democráticas? Finalmente, y ya no desde el punto de vista institucional, cabe interpretar este tipo de actos como una muestra más de la creciente tendencia al exhibicionismo que afecta al conjunto de nuestra sociedad. Una tendencia que se puede observar en todo tipo de actos sociales, convertidos cada vez más en celebraciones a la vez desenfadadas y ceremoniosas (incluso litúrgicas), al más puro estilo “progre”; desfiles de famosos, admirados sólo por el hecho de serlo, en los que los asistentes parecen competir en la espectacularidad de los trajes y peinados. Un espectáculo muy distante de las auténticas y austeras virtudes cívicas, republicanas y laicistas. Para
escribir al autor: guillermosanchez@laexcepcion.com |
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