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La antisaeta de Machado Lecturas en torno a ‘La saeta’ de Antonio Machado. Durante la Semana “Santa” española, en pregones festivos, en artículos de prensa, en emisiones radiofónicas, en las propias celebraciones populares, es frecuente hallar el famosísimo poema ‘La saeta’ de Antonio Machado (Campos de Castilla, CXXX): ¿Quién me presta una escalera, Saeta Popular ¡Oh, la saeta, el cantar Semejante popularización muestra hasta qué punto los aficionados a estas fiestas quieren ver en el poema machadiano un ingrediente más del folklore semanasantero. Ciertamente, el poema contiene algunos elementos ambiguos que han suscitado interpretaciones diversas, pero si algo queda claro en su lectura es que en ningún modo pretendía Machado contribuir a estas celebraciones religiosas. Se podría considerar que, al igual que la obra La Valse de Maurice Ravel constituye un auténtico antivals, la saeta machadiana es, en realidad, una antisaeta. No por ello el gran poeta sevillano desprecia el valor estético y emocional de estas improvisaciones flamencas, pues su poema también es en parte un homenaje al sentir popular, al “cantar de la tierra mía” (lo mismo que el antivals de Ravel es también un homenaje, algo irreverente eso sí, a los valses vieneses). La actitud de Machado hacia la religión es ciertamente personal, y demasiado profunda como para sintetizarla en pocas líneas. Tanto en su poesía como en su prosa se puede apreciar, por un lado, un rechazo radical hacia las formas religiosas hipócritas y esclavizantes, y por otro un intenso sentimiento espiritual (que invade todas sus emociones, no sólo las propiamente “religiosas”). Como afirma Juan José Coy, «Don Antonio Machado es un poeta, se expresa en términos poéticos, y su poesías, en consecuencia, habría que abordarlas desde presupuestos poéticos. […] Probablemente si a Machado hubiera que aplicarle alguna etiqueta –sin que se vea razón para hacerlo– ésta podía ser la de "cristiano" en el sentido de la igualdad fraternal de todos los hombres, en su traducción de terminología vagamente religiosa, de valores evangélicos, de común unión entre cuantos se asegura que somos hijos de un mismo Padre que está en los cielos» (ver "Lo que más nos interesa"). Crítico y penetrante, pero de espíritu amoroso, no elude una ponderación positiva de determinadas manifestaciones de la religiosidad de su tiempo (por ejemplo, con qué ternura y respeto considera a una monjita en su poema ‘En tren’ de Campos de Castilla: «Tú eres buena; / porque diste tus amores / a Jesús…»). Nacido en una familia liberal, sus estudios, viajes y contactos le permitieron desarrollar una amplitud de miras que, sin desgajarse de sus raíces profundamente hispanas, conectaba con las corrientes del pensamiento europeo de principios del siglo XX. Pero la España de su época («La España de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía, / devota de Frascuelo y de María…», escribe en ‘El mañana efímero’) era una sociedad cerrada en lo religioso e ideológico, trasnochadamente contrarreformista y reaccionaria. Frente a ella los incipientes movimientos revolucionarios, algunos de hondas raíces populares e históricas, propugnaban una rebeldía contra los poderes fácticos, concretados en el caciquismo y en la Iglesia Católica Romana. Machado, que no ocultaba sus simpatías republicanas y hasta socialistas (un “socialismo” muy personal e intransferible, como todo en él), comparte con ellos el anticlericalismo. Pero, como no podía ser menos en él, su anticlericalismo no responde a los espasmos destructivos que tanto daño ocasionarían en España pocos años después, sino que nace de su talante ilustrado, regeneracionista y reflexivo. No es mera oposición a los aspectos formales del catolicismo ultramontano de su época, sino que responde a una indagación en la verdadera naturaleza del clericalismo romanista y su perversa combinación de poder espiritual y político, como demuestra en el siguiente pasaje: «Sobre la mezcla híbrida de intelectualismo pagano y orgullo patricio erige Roma su baluarte contra el espíritu evangélico […]; Roma, como siempre, un poder que había tomado del Cristo lo imprescindible para defenderse de él» (Los Complementarios; cit. en González Ruiz, 1975: 162). En ‘La saeta’ Machado afirma claramente que la religiosidad popular no es su cantar. La Semana “Santa” andaluza adora a un Cristo eternamente crucificado que el poeta rechaza. En otro lugar habla de «esa cruz en que todavía lo tiene Roma y donde seguramente no hubiera él gustado de mostrarnos su agonía. […] Después de San Pablo ha sido difícil que el Cristo vuelva a asentar sus plantas sobre la tierra, como quisiéramos los herejes, los reacios al culto del Cristo Crucificado» (Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena y de su maestro Abel Martín, VI). Quizá, como sostiene González Ruiz (1975: 109), Machado no había profundizado demasiado en la Biblia, pues acepta «sin más el latiguillo de que San Pablo hubiera subrayado el culto a Cristo crucificado en el sentido en que él lo rechaza. Para San Pablo, la muerte de Cristo no tiene sentido si no es un puente hacia la vida obtenida en la resurrección: una buena lectura de la Primera Carta a los Corintios hubiera entusiasmado indudablemente al poeta sevillano». Según Sánchez Barbudo, Machado «detesta» esa religiosidad andaluza, pero «no lo hace partiendo de una actitud irreligiosa, sino desde otra actitud religiosa, mirando hacia otro Jesús» (1976: 292, 291), afirmando su fe en el Jesús «que anduvo en el mar». El poeta se distancia nítidamente de la idolatría folklórica (ver Pascua pagana) y del culto a la muerte, para afirmar su particular fe en la vida; esta posición entronca tanto con su humanismo vital como con su fideísmo evangélico (los dos polos entre los que bascula su espiritualidad). A excepción del final, el conjunto del poema es transparente en su significado: describe poéticamente la religiosidad de la Semana “Santa” («la fe de mis mayores»). Los cuatro últimos versos contienen el mensaje que Machado quiere transmitir (no es extraño, por tanto, que en Semana “Santa” se cante la “saeta” machadiana… suprimiendo estos versos, claramente contrarios a esta festividad). Es precisamente el verso final el que más interpretaciones ha suscitado. Considerando la complejidad de la religiosidad machadiana, cercana en ocasiones a cierto existencialismo, para Emilio Orozco «lo que quiere cantar el poeta es al Cristo que anda y camina –y traza camino– por este inmenso mar del mundo, por donde el hombre ha de caminar sin camino» (1968: 351). Leopoldo de Luis también observa «cierta vaguedad difusa muy distante de la concretización redentorista» (1975: 119). Sánchez Barbudo aprecia en el poema el «eco de Unamuno, el Unamuno protestantizante» y piensa que «ese Jesús al cual él quisiera cantar es simplemente el Hombre» (1976: 291, 292). Sin desechar las anteriores interpretaciones (Machado es en ocasiones ambiguo, lo cual responde bien a su condición de estar «siempre buscando a Dios entre la niebla», como escribió), parece más coherente con el conjunto de su obra la lectura que hace Laín Entralgo, quien interpreta esta imagen en clave evangélica: Cristo vence a la muerte, simbolizada por el mar (1954: 94), y el poeta «pide “ex abrupto”, con tan brutal sinceridad, la presencia del Cristo mayestático que triunfa sobre el mar; o, con otras palabras, el milagro» (1959: 187). González Ruiz también lo entiende como afirmación de fe: andar en el mar significaría «moverse en el misterio del más allá, en el que se cree a pies juntillas» (1975: 112). Según este autor, «Machado no puede digerir ese masoquismo religioso de nuestro pueblo andaluz, que parece relamerse en la consideración introvertida de la pasión y muerte de Jesús y de los múltiples dolores de María, su Madre. Él sueña con el “Jesús que anda en el mar”, o sea, con el Cristo resucitado, sencillamente presente en la realidad cotidiana de los creyentes y garantizadores de una sólida esperanza en un futuro escatológico» (p. 113). Y es que, desde su heterodoxia, Machado comprendió muy bien que el mensaje de Jesús gira en torno a la esperanza escatológica, la promesa de su llegada, la tensión de la espera (que es esperanza) como fundamento del obrar humano (amor, perdón, caridad). Así se puede leer en ‘Proverbios y cantares’, XXXIV (Campos de Castilla):
Este sentido escatológico remite de nuevo, por contraste, a su antisaeta, en la que describe cómo el pueblo andaluz «todas las primaveras / anda pidiendo escaleras / para subir a la cruz». Es decir, revive cíclica y ritualmente el dolor por el sacrificio de Jesús, en una celebración eterna, mientras Cristo permanece «sin desenclavar». Machado trasciende el fatalismo popular (tan magníficamente poetizado por el genio de García Lorca, de espiritualidad pagana y ritual, y por tanto opuesta a la de Machado) y apunta hacia la vida.
Coy, Juan José, “Antonio Machado: siempre buscando a Dios entre la niebla” De Luis, Leopoldo (1975), Antonio Machado. Ejemplo y lección, Madrid: Sociedad General Española de Librería. González Ruiz, José María (1975), La teología de Antonio Machado, Barcelona: Fontanella. Laín Entralgo, Pedro (1954), La memoria y la esperanza, Discurso de Ingreso en la Real Academia Española, Madrid. Laín Entralgo, Pedro (1959), Ejercicios de comprensión, Madrid: Taurus. Machado, Antonio (1975), Campos de Castilla, Madrid: Taurus (edición, estudio y notas de Rafael Ferreres). Orozco, Emilio (1968), Paisaje y sentimiento de la naturaleza en la poesía española, Madrid: Prensa Española. Sánchez Barbudo, Antonio (1974), El pensamiento de Antonio Machado, Madrid: Guadarrama. Sánchez Barbudo, Antonio (1976), Los poemas de Antonio Machado. Los temas, el sentimiento y la expresión, Barcelona: Lumen. © LaExcepción.com Para escribir al autor: guillermosanchez@laexcepcion.com Ver también el poema “Resucitado” de Rafael Marañón. |
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