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No damos abasto (III): ¿Confabulación para la recesión?
© Cordura
www.laexcepcion.com (15 de octubre de 2011). Publicado previamente en El Blog de Cordura

Numerosos indicios apuntan a que la recesión anunciada no será mero producto de la simple evolución económica sino, más bien, de poderosos intereses. Frente a éstos sólo cabe oponer la respuesta del pueblo en movilizaciones como las convocadas para hoy, así como en otras venideras.


Crónica de una recesión anunciada

Todavía hace pocos meses, en pleno verano, la impresión más generalizada era que la crisis económica iniciada en 2007-2008 había tocado fondo, comenzando la remontada. Pese a que la irónicamente llamada "deuda soberana" (griega, portuguesa, española...) seguía sobre el tapete, y a la polémica estadounidense sobre el techo de gasto, ya desde 2010 se hablaba de recuperación (ver 1 y 2) y la única duda era cuál sería el ritmo de la misma. El Banco Central Europeo (BCE), ya a principios de 2011, se planteaba subir los tipos de interés porque, según sus responsables, el peligro volvía a ser la inflación. Y en efecto, llegaron dos subidas de tipos, en abril (al 1,25%) y en julio (al 1,5%).

Sin embargo, a día de hoy, una catarata de negros vaticinios ha reemplazado al moderado optimismo y ya parece habernos inundado a todos. Lejos de salir de la crisis, parece que vamos hacia una peor, mucho peor. ¿Cómo se quebraron las buenas perspectivas y empezó la dinámica presente?

Es difícil precisar cuál fue el pistoletazo de salida en medio del maremágnum de datos, acciones y declaraciones. Pero, por su relevancia, cabe asignarle el detonante del pesimismo actual a la directora del FMI, Christine Lagarde, la ministra de Economía global. Primero, cuando en una reunión de bancos centrales celebrada en Estados Unidos a finales de agosto, advirtió que habíamos «entrado en una nueva y peligrosa fase», usando además repetidamente la palabra 'recesión'. Y pocos días después, en unas declaraciones aparecidas en Der Spiegel a principios de septiembre, en las que advertía de una «inminente» caída. Un día antes, Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial –BM, entidad "adjunta" al FMI–, había dicho más o menos lo mismo: «La economía mundial se desliza hacia una nueva zona de peligro.» Desde esos momentos, se precipitaron y acumularon frases, duras pero a la vez envueltas en tono ponderado, que apuntaban en el mismo sentido. A escasos días de lo de Lagarde en Der Spiegel, la OCDE también pronunciaba la palabra 'recesión'. Más tarde, el 16 de septiembre, el ministro de Hacienda estadounidense, Tim Geithner, en el marco de sus presiones a Europa, advirtió de los «riesgos catastróficos que se ciernen sobre los mercados financieros», y unos días después los concretaba hablando de «suspensión de pagos en cascada» y «pánicos bancarios».

En las últimas semanas, tanto la OCDE, nuevamente, como algunos monstruos financieros (J.P. Morgan Chase y Goldman Sachs) han insistido en las nubes tenebrosas que nos acechan. El FMI, con su especial relevancia institucional, no ha olvidado echar de nuevo su palada de arena. David Cameron, el primer ministro del Reino Unido, ha afirmado sin ambages que la crisis actual es tan grave como la de 2008 (así que son distintas...). Por si los sobresaltos fueran pocos, la semana pasada el asesor del FMI Robert Shapiro auguraba en la BBC que en dos semanas tendrá lugar un colapso financiero mundial si no se toman rápidas medidas de recapitalización de los bancos y de estabilización de la deuda (española e italiana, en especial). Y aún más recientemente, el todavía presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, declaraba en un tono ya catastrófico que «la crisis es sistémica».

Un mazazo tras otro... Y todo ello, a despecho de que quizá las tendencias de la economía real sean otras. Como lo probaría el hecho de que en el mes de septiembre ha tenido lugar un repunte de la actividad industrial en Estados Unidos...


¿Causas puramente económicas?

Dada la enorme influencia de las expectativas de la gente, es difícil en economía delimitar lo que pueda corresponder a las "fuerzas económicas puras", caso de existir éstas. En la práctica, la situación en cada momento dependerá de una combinación entre los mayores o menores automatismos de los mercados, las decisiones políticas y el grado de confianza de inversores y consumidores. No obstante, atendiendo a los indicadores de hace unos meses, cabe llegar a conclusiones siquiera tentativas sobre lo que está ocurriendo.

Antes de ello, recordemos que ha habido economistas que ya hace años vaticinaron una aguda crisis para el tiempo presente. Algo que, a grandes rasgos, no era demasiado difícil prever a poco que se conocieran los ciclos económicos, sobre todo los más típicamente resumibles en burbujas financieras (ver Breve historia de la euforia financiera, de John K. Galbraith, 1993).

Entre dichos expertos "agoreros" cabe destacar al economista español Santiago Niño Becerra. En 2006, e incluso puede que en 2004, predecía que unos años después se produciría un gran crash económico. Posteriormente, en su libro El crash de 2010 (aparecido en 2009), fijaba para dicho año el comienzo de la gran depresión, cosa que no se cumplió. ¿Se cumplirá un año, o año y pico, después?

La realidad es que en 2010-2011 se iban constatando cada vez más signos de recuperación, aunque fuera vacilante. Aunque ya en verano de 2010 había algunos temores a una nueva recesión, la economía estadounidense crecía y en el último trimestre lo hacía a una tasa notable (al 3,2%, dando un saldo para 2010 del 2,9% de aumento del PIB). A principios de 2011, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, confiaba en que siguiera la recuperación, incluso a mayor ritmo, aunque fuera gradual.

En Europa, aparentemente más lastrada, las perspectivas no eran peores. En marzo de 2011 los índices económicos señalaban una creciente recuperación. Al término del primer trimestre, se confirmaba la subida a un ritmo incluso superior al norteamericano. En la propia España, aunque el paro seguía aumentando globalmente, la tasa del mismo evidenciaba una desaceleración (ver 1, 2 y 3) en 2010-2011 respecto a los años previos. Y todo esto, a pesar de que diversas medidas regresivas de diversos gobiernos –como el español– y del BCE no estimulaban ni el consumo ni la inversión. Parecía que una creciente confianza, junto a las ganas de salir del bache, impulsaba el salto adelante.

Ciertamente, y aunque no se oía la palabra 'recesión', en el segundo trimestre de 2011 se ralentizó la actividad económica en Europa, lo mismo que en Estados Unidos (donde ya se había frenado en el primero, pese a lo cual se mantenían las perspectivas de un considerable crecimiento del PIB y reducción del desempleo). Aun así, en lo que respecta a la Zona Euro, no se verían muy mal las cosas cuando, como ya hemos dicho, en julio el BCE volvía a subir el tipo de interés. En todo caso, habrá que preguntarse por la influencia de tales subidas en la ralentización europea. En Estados Unidos, donde los tipos siguen muy bajos desde hace años, la desaceleración siguió a una reducción del gasto público de sus estados.

En otras palabras, medidas adoptadas por los responsables políticos y económicos seguramente contribuyeron a frenar la recuperación en unos momentos en que la economía parecía despegar al fin. Sin olvidar el valioso papel de otros actores... Pues, mientras tanto, las agencias calificadoras (Moody's, S&P y Fitch) venían haciendo su parte. Aplicando, durante los meses relevantes, numerosas rebajas de solvencia a múltiples países, entidades y conceptos (marzo; abril: 1, 2 y 3; mayo: 1, 2 y 3; junio; ver también). Unas calificaciones que, como es natural, desalientan las inversiones y favorecen un creciente pesimismo generalizado. Así difícilmente los países más afectados pueden levantar cabeza pese a venir aplicando las medidas impuestas por los organismos internacionales... en el supuesto de que tales medidas sirviesen realmente para levantar cabeza. Sería muy interesante saber qué piensa realmente, por ejemplo, Elena Salgado, ministra española de Economía, acerca de lo que viene ocurriendo todos estos meses. Pero quizá tengamos que esperar a que escriba sus memorias...

En cualquier caso, no parece descabellado preguntarse por qué Lagarde, el FMI, la OCDE y otros responsables e instituciones han actuado cómo lo han hecho. Por qué, en lugar de fomentar una confianza que hace no muchos meses parecía creciente, aunque a la vez precaria y renqueante, han hablado como oráculos del desastre. Aun a sabiendas de que sus palabras, a diferencia de las nuestras, pueden tener poderosos efectos. De que, siendo positivas, hubieran podido propulsar la recuperación. Y de que, siendo las que fueron, no hacen sino favorecer el cumplimiento de lo que anunciaban.


¿Un "Eje Antirrecuperación"?

No, no estamos incurriendo en el viejo error, cometido incluso por filósofos, de confundir presciencia con predestinación. Tampoco se trata aquí de matar al mensajero. Esto, si acaso, es más bien como la mecánica cuántica, donde el observador que realiza la medición altera el proceso por el mero hecho de entrar a medir. La diferencia con nuestro asunto es que los resultados en física cuántica son indeterminables con antelación...

No podemos dejar de insistir en ello: las palabras de ciertos agentes políticos y económicos tienen un peso considerable en la economía real y ellos no pueden ignorarlo. En este modesto blog, tan sólo unos días después de los primeros pronósticos lúgubres de Lagarde, advertíamos sobre algo elemental de los mismos: «Tienen mucho de profecía que se autocumple». ¿Le sorprendió a ella que poco más tarde, tras repetirlos en Der Spiegel, sobreviniese otro "lunes negro" en las bolsas occidentales?

Particularmente en relación con la crisis de la deuda griega, se viene hablando de la troika que impone los ajustes (anti)sociales al pueblo heleno (ver ejemplo). Con ese término de origen ruso se alude a la Comisión Europea, el BCE y el Fondo Monetario Internacional.

Pero cuando se observan los acontecimientos, uno debe concluir que dicha troika no agota la coalición de agentes que manejan la situación, con alcance no sólo europeo sino mundial. Uno de sus componentes, el FMI, está controlado principalmente por el gobierno de Estados Unidos. Este país es el único con derecho a veto en las grandes decisiones del FMI (tiene casi un 17% de los votos y dichas decisiones requieren el 85%; el segundo país que más voto tiene es Alemania, con poco más de un 6%). Recordemos la extraña manera en que cayó el anterior director, Dominique Strauss-Kahn, abruptamente tratado por la policía y la justicia estadounidenses, y cómo Obama pronto apostó por Christine Lagarde para reemplazarle. O, dos años antes, la inyección financiera de 500.000 millones de dólares que el propio presidente norteamericano concedió al Fondo para asegurarse el control en pleno ascenso económico del coloso chino. No es extraño que hace unos meses el FMI aplaudiera el plan de Obama para salir de la crisis. Ni la coincidencia de las recetas de ambos respecto a Europa (p. ej., tanto en las imposiciones a Grecia y España de mayo de 2010, como en las mucho más recientes presiones a la Zona Euro).

El Banco Mundial, por su parte, no está menos controlado por Estados Unidos. Su presidente siempre es un ciudadano de ese país, y el sistema de voto y veto para las grandes decisiones es prácticamente idéntico que el del FMI.

Y si el BCE va de la mano del FMI en el seno de la troika, por algo será. Trichet ha urgido el consenso europeo para la recapitalización bancaria, en línea con las presiones de distintos voceros del FMI, incluida su directora general.

En cuanto a las agencias calificadoras no pueden sino ser instrumentos del mismo entramado sistémico. Conviene reflexionar en cómo se les deja hacer a pesar de las clamorosas evidencias sobre sus abusos y conflictos de intereses (ver por ejemplo). Ya hace más de cuatro meses que se habló, en el ámbito de la Eurocámara, de crear una agencia de calificación europea bajo control público (aunque, curiosamente, financiada por el sector privado). Debería haberse puesto en marcha en otoño, pero esta estación hace ya semanas que empezó y no ha habido novedad relevante al respecto. Mientras, las agencias oligopólicas estadounidenses siguen haciendo de las suyas casi a diario sin que nadie se haya decidido a limitar su increíble poder.

Poder que deriva de una concesión del propio gobierno norteamericano, a través de la SEC (Comisión de Valores), y de la Reserva Federal (el banco central oficial de ese país). Así es como los campeones del "libre mercado", la desregulación y la privatización se lucran, en la práctica, gracias a ser un oligopolio con licencia pública.

Sobre esta base, no es extraño que la deuda pública estadounidense, pese a haberse hallado el país al borde de la quiebra, tan sólo fuera rebajada por una de las tres agencias, S&P, y de la manera más leve (en cambio, la única agencia fuerte de otro país, la china Dagong, otorga a Estados Unidos la misma calificación que a España). Una rebaja que, además, objetivamente se hizo esperar mucho –mientras otros países eran continuamente devaluados–, y que pudo obedecer a un mínimo cuidado por guardar las apariencias.

La reacción del orgulloso gobierno estadounidense a esa pérdida de calificación fue más teatral que efectiva. «Siempre seremos un país triple A», fue el grito patriotero del presidente (que, de paso, legitimaba así la forma de calificar por parte de las agencias). Además, a los suyos de repente les entraron las prisas por investigar, un tanto "vengativamente", a S&P por sus calificaciones positivas de valores tóxicos en 2007, algo que el gobierno estadounidense ya había tenido cuatro años para hacerlo (a las otras dos agencias no se les notificó nada). Ya veremos en qué queda la cosa, pero muy creíble no parece.

Entretanto, las agencias han seguido con su juego implacable, rebajando calificaciones de bancos del Reino Unido y de España en plena campaña por su recapitalización (rebaja que, por tanto, favorece ésta, prevista con dinero público, aunque a la vez complique la imagen de dichas entidades al menos de momento). También han provocado el desmantelamiento de Dexia, un importante banco belga-francés, cuyos directivos se han quejado amargamente contra Moody's por descalificar su solvencia, cuando según ellos sus problemas eran sólo de financiación (por cierto, es llamativo cómo el enlace de El País que llevaba a la crónica al respecto ahora conduce a otro contenido que incluye el asunto sólo de pasada y sin alarde tipográfico alguno).

Con semejante confluencia de poderes y golpes bajos en una misma dirección, no debiera sorprender demasiado que los negros presagios fructifiquen cada vez más en previsiones y estimaciones negativas (aunque, curioso es notarlo, siempre presentadas de la manera más pesimista posible). Así, este mismo jueves leemos en el mismo medio primero que "La brusca subida del paro en Reino Unido anuncia recesión" y, acto seguido, que «la economía alemana sufrirá "un fuerte frenazo en los próximos meses" y se acerca a la recesión». Dos potencias económicas descarrilando, tanto en la Zona Euro como fuera de ella...

Por cierto, resulta significativo que el trader Jim Sinclair, presentado como una "leyenda de Wall Street", afirme que «las agencias de calificación son totalmente eurofóbicas». No hay que perder de vista que una de las batallas de fondo es la del dólar contra el euro (no sólo como fuente de negocio privado, también para contener la tendencia a cambiar el dólar por el euro como moneda reserva internacional, sin perjuicio de que el destino final sea la moneda única). Sinclair, estadounidense, agrega que «el dólar ha transmitido los problemas de la deuda a todo el mundo». Pero Europa traga dócilmente las broncas de Obama y acaba aceptando sus presiones a través del FMI...


Conclusiones

La dura crisis de 2008 empezaba a ser superada en 2011 cuando de repente se anunció otra aún peor. El FMI, el BM, la OCDE, el BCE... y por supuesto las agencias de calificación decretaron juntos el camino a la recesión global, aún no materializada pero que ya nadie se atreve a cuestionar. Corporaciones financieras como Goldman Sachs –que, por cierto, se lucró a base de bien con la crisis hipotecaria de 2007– refuerzan el rumbo con sus macabras apostillas. La prensa económica relevante, en particular el Financial Times, añade sus oportunas contribuciones a esta guerra psicológica (recuérdese cómo en 2010 su acoso a España contribuyó a que Zapatero cediese ante los mercados; ayer mismo, el diario de la City reaparecía para dar por imposible el objetivo español de reducir el déficit al 6% en 2011, pese a las protestas de nuestra ministra de Economía).

Los "tests de estrés" son otro instrumento que a la postre puede resultar desmoralizador de la reactivación económica. Aprobados, en sus primeras versiones, por algunos bancos que luego han tenido que ser rescatados (casos del Allied Irish Bank y el Dexia), la Autoridad Bancaria Europea (ABE) ha decidido repetirlos endureciendo sus exigencias. Estamos hablando de unas pruebas alentadas por el FMI. Y que a la postre favorecen la recapitalización de los bancos sobrevivientes y la eliminación de los demás (concentración del capital en menos manos). La ABE, por cierto, tiene su sede en la City londinense, primera plaza financiera del mundo.

Como hemos visto arriba, la franqueza al describir lo que supuestamente se avecina es cada vez mayor. Mientras los gobiernos, sobre todo los de los países más señalados, siguen electoralmente interesados en minimizar la gravedad de la situación, los grandes poderes fácticos no se recatan en asustarnos con términos como "recesión", "fase peligrosa", "zona de peligro", "riesgos catastróficos", "pánico bancario"... Una actitud que recuerda demasiado a la política del miedo empleada en otros campos, como el de la "Guerra contra el Terrorismo" y las sospechosas "pandemias" de la OMS.

Recordemos que quienes manejan la actual crisis económica mundial son esencialmente los mismos que deciden guerras de agresión contra países como Afganistán, Irak y Libia. Entre ellos, es razonable pensarlo, se encuentran también quienes diseñaron los grandes atentados del presente siglo. O, al menos, pertenecen a la misma Elite básica y participan de la misma lógica supremacista. Están acostumbrados a usar cualquier medio disponible al servicio de sus fines. Si son capaces de masacrar seres humanos a base de bombas, ¿por qué no iban a ser capaces de empobrecerlos y, a la postre, matarlos de hambre, en un proceso que, por ser más largo, diluye las responsabilidades?

Recordemos qué se consigue con todo esto:

1. Negocio. Que Alessio Rastani fuera un impostor es lo de menos. Lo cierto es que hay especuladores (ver 1, 2 y 3) y ejecutivos (1 y 2) que se lucran con/durante las crisis.

2. Reposicionamiento de unas monedas respecto a otras (y de las bases económicas respectivas). Aunque con múltiples altibajos, tanto el dólar como la libra esterlina han ganado peso frente al euro en los últimos meses de tensiones contra éste.

3. Definitivo control de la economía por los grandes capitalistas. No hará falta recordar los recortes sociales, con la consiguiente demolición del estado del bienestar, que presenciamos actualmente. La directora del FMI dejaba claro, pese a sus términos eufemísticos, cuál ha de ser el énfasis "correcto": «Si bien la consolidación fiscal sigue siendo imprescindible, las políticas económicas tienen que apoyar el crecimiento». O sea, puro "neoliberalismo": contracción de gasto social (demanda), pero expansión de oferta monetaria; más para bancos, menos para el pueblo (que se invierta, que éste consuma, pero que tenga menos derechos)

4. Implantación de un gobierno mundial. La agudización de la crisis económica constituye un resorte más, y no el menor, para facilitar este objetivo. Junto a las amenazas terrorista, sanitaria, climática... el desmoronamiento económico-financiero, que traerá miseria y delincuencia galopantes, es fundamental para que las masas clamen pidiendo una autoridad que venga a salvarlas. La famosa "gobernanza", cuya mejora reclaman los banqueros, apunta sobre todo a una gestión supranacional, incluso global, de la economía y la política en su conjunto. Y recuérdese que en pos de esta autoridad mundial ya hay muchos intereses e incitaciones (he aquí una de las más relevantes).

Todo es muy complejo, sí. Pero, entre tanta madeja, se adivinan unas tramas con una orientación definida. Con la excusa de la crisis, no hay dinero para hospitales, profesores, pensiones... En cambio, la crisis no es excusa para que el país más afectado, Grecia, compre masivamente armamento ni para que se lucren con ello sus mayores prestamistas. Tampoco lo es para que la España del servil Zapatero, otrora "antibelicista", acepte participar en el costoso despliegue del agresivo escudo antimisiles en nuestro territorio. Ni lo es, por último –o más bien, por concluir–, para que el ministro de Defensa estadounidense, Leon Panetta, promueva entre sus aliados de la OTAN el aumento de los gastos militares (que tanto negocio puede proporcionar, de paso, al complejo industrial-militar de la primera potencia en venta de armas).

¿Todo encaja, o quedan muchos flecos sueltos?

Lo que está claro es que mientras nosotros nos dedicamos a lanzar hipótesis y argumentarlas, ellos no pierden el tiempo.

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Ver también:

No damos abasto (I): El fin del bienestar social
De unos años acá, un palo tras otro. Atentados, "pandemias", catástrofes "naturales", falaces guerras de agresión... Y, naturalmente, los zarpazos del capitalismo salvaje disfrazados de "crisis económica".

No damos abasto (II):
Palestinos, culpables por querer ser libres
Con la excusa de la inoportunidad, se sigue pisoteando un derecho legítimo.

El misterio de la censura censurada...
Sobre el extraño proceder de los consejeros de RTVE.

De cómo el Nobel de la Paz "celebró" el Día Internacional de ésta
Asesinato "legal" de Troy Davis en Georgia (EE.UU.).

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